¿Cómo sobrevivir tras el fin de Fidel Castro?

24.04.2007 12:22
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#1 ¿Cómo sobrevivir tras el fin de Fidel Castro?
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lunes 23 de abril de 2007
Alejandro Armengol
¿Cómo sobrevivir tras el fin de Fidel Castro?
El ejemplar de abril de Le Monde dipolomatique, edición colombiana, trae un artículo del ensayista cubano Aurelio Alonso sobre el futuro del modelo imperante en la isla una vez que la dirección de éste salga “de manos de Fidel [Castro]”.
Alonso identifica acertadamente la mayor virtud política —ésta no es más que la ciencia y el arte de alcanzar y conservar el poder— del gobernante: “el teorema que hará inmortal a Castro es la demostración de lo mucho que se puede lograr en condiciones tan adversas: resistir…”. A partir de ese hecho, queda la pregunta: ¿qué ocurrirá a los seguidores, cuando no cuenten con la presencia del guía? “Nadie puede dirigir desde la tumba”, afirma el ensayista, y aunque su visión del futuro es positiva, no por ello deja de destacar la necesidad de cambios.
Estos tienen que ver fundamentalmente con los aspectos económicos y políticos. Con respecto a los primeros, señala Alonso: “En el caso cubano, el éxito o el fracaso de este medio siglo no pueden ser medidos por la consolidación del desarrollo económico. Ni siquiera la superación de la pobreza de la cual a menudo presumimos, que en rigor ha sido superación de desamparo, porque los niveles de austeridad que tienen que padecer los cubanos son muy altos, y sólo parece que comenzarán a aliviarse a medida que la recuperación permita remontar el drama de los 90”.
Este mejoramiento del nivel de vida, que en la actualidad en la isla se ha trasladado al día en que Raúl Castro logre realmente el poder -si es que ello ocurre en algún momento- no “resuelve” sino parte del problema. Porque si bien se apuesta en favor de la voluntad reformista del ministro de las Fuerzas Armadas en materia económica, nadie guarda ilusiones de que éste tenga el mínimo interés de facilitar igual apertura política.
Sin embargo, Alonso —al igual que otros intelectuales cubanos y latinoamericanos aliados a los regímenes de Cuba y Venezuela— ve la necesidad de una transición hacia “canales de participación efectiva de la población en los mecanismos de decisión en todas las instancias, con la consecuente redefinición del papel de los aparatos del Estado y del Partido en la gestión dirección política del país”.
Sin que en ningún momento utilice la palabra, Alonso plantea un modelo leninista democrático. Esto es un oxímoron.
“La propuesta leninista de ‘centralismo democrático’, como fórmula de poder proletario, ha terminado por consagrar la vertiente centralista para decidir y la democrática para apoyar, cuando su mérito consistiría en que toda acción centralizada esté sujeta a lo que democráticamente se decida”, nos dice.
Espero que no esté lejano el día en que la izquierda cubana pueda actuar libremente y echar por la borda a Lenin. Cuando pueda reconocer que la teoría y la práctica política del fundador de la desaparecida Unión Soviética tenía por objetivo crear un estado totalitario habrá dado un paso de avance. Hasta entonces, se quedará en los márgenes, elaborando artículos para consumo fuera de la isla, mientras se mantiene cómplice de un régimen que niega las libertades más esenciales.
Poco hay que buscar en el llamado “socialismo del siglo XXI”, que postula el presidente venezolano Hugo Chávez y que Alonso cita (me imagino que por la necesidad de anclarse en un puerto seguro). Me cuesta trabajo admitir que las referencias al legado de Mao Tsedong en China y de Ho Chi-Minhn en Vietnam signifiquen algo más que referencias circunstanciales. Quienes favorecen la idea de un gobierno socialista para Cuba cuentan con ejemplos suficientes en Europa, sin necesidad de recurrir al “fantasma de Stalin” para cargarlo de culpas y tratar de reinventar un pasado sin errores. El modelo político-económico creado por Lenin fue no sólo un fracaso sino una aberración histórica. Pretender salvarlo es imposible. Su negación no es la negación del socialismo, o de un sistema que otorgue la prioridad necesaria a la justicia social.
Comprendo las dificultades que tienen los legítimos pensadores de una izquierda cubana a la hora de plantear estos problemas. Reconozco que en su análisis, Alonso ha señalado puntos válidos —más allá del hecho de que éste aparezca en una publicación extranjera, los rodeos obligatorios y las ambigüedades necesarias— y que identifican los dos aspectos claves sobre los que se definirán el futuro cubano: mejoramiento de vida de la población y libertad ciudadana. Una gran interrogante es si los dirigentes cubanos cuentan con la capacidad y el valor necesario para buscar una solución a estos problemas, tras la desaparición del gobernante. Otras preguntas tienen un alcance más largo. Queda por ver si el destino que aguarda a la isla es el restablecimiento de la democracia o algo similar a lo que ocurre en la Rusia actual.


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