Gana Posada y pierde Bush

El único perdedor con la anulación del caso por fraude migratorio contra Luis Posada Carriles es el gobierno norteamericano. La jueza actuó de forma justa al dejar en libertad al anciano, acusado de cargos ridículos pese a contar con una amplio y documentado historial de actividades violentas. Desde hace semanas era fácil predecir este resultado. No tiene sentido especular ahora sobre los siguientes pasos de la actual administración. La decisión legal poner fin a un capítulo, pero no significa la conclusión de un caso engorroso para la Casa Blanca, en más de un sentido.
El sector más recalcitrante de la comunidad exiliada en Estados Unidos tiene motivos para celebrar y no es hora de pataleos. A partir de hoy se escucharán las palabras de agradecimiento hacia el presidente George W. Bush por la radio, podrán leerse en cartas, artículos y comentarios en la prensa escrita. El mandatario norteamericano, su gabinete y especialmente su secretario de Justicia las merecen todas. Una vez más, se ha demostrado que la palabra “terrorista” aún mantiene en este país un doble significado. Lo demás han sido declaraciones de momento, frases hechas y poses de ocasión. No está sólo en el gobierno de Washington en esta dualidad, pero carga con la mayor responsabilidad por intentar presentar al mundo una cara distancia, un cambio de actitud tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La llamada “guerra contra el terrorismo”, que tras la barbarie de lo ocurrido en Nueva York y Washington pareció por un instante iba a significar un giro de 180 grados a la hora de condenar la violencia indiscriminada contra inocentes, se adaptó pronto a los convencionalismos habituales, las componendas y el doble rasero. El caso de Posada Carriles es un ejemplo más, no el único, de la utilización de fines y medios de acuerdo a interese políticos y determinada ideología. La forma de definir a “enemigos” y “amigos” sigue siendo la misma.
En Miami se repetirá una y otra vez que se “ha hecho justicia”. Es cierto, pero no con Posada Carriles sino con el papel cobarde desempeñado por Washington hasta este momento, a la hora de encarar este problema, que ha sido catalogado acertadamente como “una papa caliente” en las manos de quienes se proclaman campeones de la lucha antiterrorista, pero miran para otro lado y ceden ante presiones políticas y electorales frente a un antiguo aliado que ahora les resulta incómodo.
Tratar de juzgar al anciano por mentirle a Inmigración era no sólo ridículo sino hipócrita: encubrir la verdadera naturaleza del caso con un pretexto agarrado por los pelos. Intentar mantenerlo en prisión alegando motivos baladíes.
Lo absurdo del caso presentado por los fiscales salta más a la vista, en especial si se toma en cuenta que esta administración tiene a su disposición leyes más amplias que cualquier otra anterior para mantenerlo en custodia, como ha hecho y hace con todo tipo de sospechosos, muchos de los cuales no tienen un expediente tan voluminoso como el de Posada Carriles.
Pero quienes consideramos que procedimientos de esa naturaleza deben ser eliminados —o al menos reducidos a los casos más extremos—, no tenemos que abogar por su empleo contra Posada Carriles. Incluso sin olvidar que estamos hablando de una persona que hasta ser detenida hace pocos años en Panamá se mantenía activa en su labor.
Lo que realmente importa es destacar que este gobierno aún está a tiempo de iniciar un proceso serio, que con todas las garantías legales para el acusado determine su posible culpabilidad en hechos que se le imputan, en especial los atentados dinamiteros ocurridos en los hoteles habaneros años atrás. Es posible que ese proceso se lleve a cabo. Hay una investigación en marcha, pero un rosario de procesamientos incompletos, fugas con amplios recursos desde el exterior y una amnistía más que sospechosa no dejan de sembrar fuertes dudas.
La realidad es que nadie quiere a Posada Carriles, salvo algunos en Miami. Esta ciudad parece por lo tanto destinada ser su hogar durante los años que le quedan de vida. No debe sorprendernos, cuando por tanto tiempo se paseó por sus calles Esteban Ventura Novo, quien murió sin pagar nunca por los crímenes que cometió durante la dictadura de Batista. Nada hay de extraño en que, al igual que ha ocurrido con Orlando Bosch, aquí encuentre su refugio al sol y no a la sombra.

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