LEDZEPPELIANA

31.08.2007 21:05
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Cuando Cecilia decidió tatuarse un corazón ardiendo encima de la nalga izquierda, su familia puso el grito en el cielo. Ni que decirte del día que regresó con un piercing encima de la ceja y la lengua atravesada por una espada de plata. Entonces si se formó la de San Quintín, volaron las malas palabras por el mal camino emprendido por Cecilia…

- ¡La culpa es tuya por no ocuparte más que de tus amigotes…! ¡Ya sabía yo que esa juntamenta con esos pelús del Coppelia no podría traerle nada nuevo a la chiquita!

Ese fue el inicio del distanciamiento con sus viejos. En otro sitio la joven habría cogido sus bártulos y se habría ido con la música a otra parte, alquilaría un piso pequeño compartido con alguna de sus amigas y buscaría algún part time en Macdonalds mientras terminara de estudiar en la academia de Pintura. Pero estaba en La Habana, anclada a un apartamento de Santos Suárez donde se apretaban ya tres generaciones y donde al parecer seguirían llegando bocas hasta que la casa soltara el fondo.

Todo este huracán empezó con las visitas a las clases de pintura de una modelo sui géneris: alta, delgada; que vestía atuendo todo de negro para resaltar la extrema palidez de su piel: una chica poco común en La Habana. Alternaba sus clases de fotografía con este empleo de modelo dos veces por semana y aunque no pagaban mucho por aquello, le entusiasmaba eso de desvestirse delante de una decena de jóvenes. Disfrutaba contarle a la gente que su trabajo era desnudarse delante de los hombres, que a veces desaparecían en pausas de 15 minutos… seguramente por estar pajeándose en el baño a costa de ella.

Allí nació su amistad en la academia de pintura de San Alejandro.

La academia no daba mucho tiempo a Cecilia que a duras penas podía sacar tiempo para pasear juntas el contraste con su amiga. Porque no he dicho que Cecilia llevaba a cuestas el mote de la Coco. Abreviatura de La Cocotimba, porque es negra como una noche oscura y más fea que un Cao. Ambas se miraban desde el extremo del canon de belleza de La Habana. Corrieron rampa´rriba y rampa´bajo junto al grupo de Frankestein y los más locos pelús habaneros, visitaron juntas el “Jarro de Café”, versión cubana con menos dinero, pero más swing del Hard Rock Café de por allá fuera. Esa noche sobre el muro del malecón abrieron los brazos y comenzaron a girar y a girar y a girar al ritmo de The Inmigrant Song. Cuando el sol comenzaba a salir por detrás de La Habana del Este se tomaron las manos en señal de una amistad que duraría para siempre y conoció Cecilia el nombre de guerra de su amiga: Ledzeppeliana.

Una amaba la fotografía, la otra la pintura. Ledzeppeliana miraba todo a través del prisma de su vieja cámara; Cecilia llenaba de colores su mente y cuando estaba así, a punto de reventar; la vaciaba sobre el blanco lienzo.

- Tu piel es tan blanca como los lienzos vírgenes que pinto. Es como si esperara ser terminado a pinceladas.

Y del dicho al hecho: Coco tomó un primer pincel lo empapó en ocre y dejó un surco desde la base de la garganta, pasó por entre los senos minúsculos y se detuvo en el ombligo. Otras sendas se sucedieron en verdes, nalgas, azules y muslos… y luego fueron las manos las que dejaron su huella multicolor sobre la lisa superficie del cuerpo humano. Nada las detuvo, ni el tiempo, ni la carencia de pintura o de pinceles; se bastaron ellas dos para construir un arcoiris en medio de tanta mierda habanera.

- ¡Ahora, pa´ colmo resulta que tu hija se ha metido a tortillera! Dicen que anda por ahí dándose de la lengua con una blanquita en medio de la calle. ¡Eso seguro le viene de tu familia que son todos unos depravaos porque de la mía… Dios nos libre! Oye tú, recoge y vete de esta casa; bajo mi techo no hay lugar pa´ tortilleras!

Construyeron entonces a duras penas su propio mundo, ajeno a todo, a todos, a lo que dijeran o dejaran de decir. Malvivían felices en un cuartico que un amigo maricón les prestó allá en Luyanó. Claro está, felices mientras no hablaran de comida porque aunque Coco hacía caricaturas en el casco histórico a los turistas y Ledzeppeliana ganaba algo haciendo fotos kitsch en Quince y cumpleaños y a veces se metía en bicicleta loma arriba por toda la calzada de Luyanó hasta “Hijas de Galicia” a retratar recién nacidos, todo ese esfuerzo daba sólo para poder comer una sola vez al día a duras penas, ni siquiera desayuno. Fueron tiempos difíciles para todos. La negra Coco resistió el embate, pero su compañera no aguantó las muchas horas de privaciones y la bicicleta china. Comenzó a perder peso y en menos de un mes estaba seca. Luego vinieron calambres en las extremidades, dificultades para andar y cuando entró al Hospital Miguel Enríquez ya estaba en un estado deplorable. A la semana pasó a cuidados intensivos, dos días después perdió la vista. El final vino más rápido de lo que suponían a causa de una Polineuritis galopante que se la llevó en nada.

- No estés triste Coco, esto no es lo que parece. Yo no me voy ni te dejaré nunca. Volveremos a bailar juntas en el Jarro de Café y hasta a lo mejor un día te haces famosa y podemos bailar en un Hard Rock Café de esos volaos por allá fuera.

Pero Coco quedó sola. Nadie más supo de ella.

De esto hace más de una década.

Hoy los principales diarios hablan con mucho entusiasmo del paso por la ciudad de la joven artista plástica cubana Cocó Martínez, de su excentricidad y de la interesante propuesta de su exposición Ledzeppeliana. Hablan también de la inigualable apertura en la que la propia artista hizo un performance, a falta de Malecón, bailando desnuda con los brazos abiertos como una posesa, como si fuera tocada por otro cuerpo, sobre el muro de la fuente de la Plaza de Colón de Madrid, justo frente por frente al “Hard Rock Café”.

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Skapada:Spanisch lernen während Ihres Urlaubs in Kuba


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