Contracandela

23.04.2007 14:33
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Tras veinte años de reposo, los cubanos retoman el término 'lacra' para nombrar a los delincuentes que colaboran con el régimen.

José Hugo Fernández, La Habana

lunes 23 de abril de 2007 6:00:00

Como las tuberías podridas o el olor a excreta, las "lacras" configuran desde hace tiempo pinceladas de identidad en La Habana. Se les menciona poco, pero no porque se les conozca mal. Al menos entre la gente de a pie, que es la única que demuestra estar capacitada para ver aquí las cosas con los ojos de la cara.

Violentos entre los violentos, desaliñados, transgresores, sucios, procaces, ruidosos, pero nunca distraídos, tampoco negligentes ni morosos a la hora de ejercer su real ocupación: la de agentes policiales o colaboradores o chivatos camuflados.

Las lacras no faltan jamás, por decenas, veintenas, por cientos, en los conciertos de música rock o de rap que se realizan en la capital de la Isla. Jamás desentonan, por su aspecto exterior ni aun por su conducta, en las reuniones de homosexuales que hoy día (hasta la nueva redada) tienen lugar en los alrededores de la heladería Bim-Bom, de Infanta y la calle 23; o en las tensas concurrencias nocturnas de los rastafaris, en Línea y la calle G; o en los estadios de béisbol, o en las plazas y salones de bailes populares.

Mucho menos resultan escasos entre la recua de asaltantes o matarifes o drogadictos o proxenetas o bisneros o especuladores o garroteros o prostitutas o jugadores ilícitos o contrabandistas que pululan en las márgenes (aunque con frecuencia no tan lejos) de La Habana de las postales, dibujada por la contumacia de los turistas progres y de la perversa oligarquía del patio.

Doble delincuente

El término "lacra" estuvo en desuso por acá durante unas dos décadas, luego de que en los sesenta del siglo XX ejerciera como mula de arrastre (político) para el régimen, que solía estigmatizar a sus enemigos internos de entonces llamándoles "lacras sociales".

Después aparecieron otros fusilamientos lexicológicos más funcionales: vendepatria, escoria, desafecto, antisocial, gusano, mercenario… Y aquella mula pasó a retiro. Hasta que fue retomada, esta vez por el pueblo, que sí sabe muy bien lo que dice y que tiene puntería de arquero suizo para nombrar las cosas.

Una lacra, hoy, entre nosotros, no es un simple delincuente. Es un delincuente que además (como si fuera poco) forma parte de la ecuación represiva del régimen. Así que el nombre está resumiendo un doble daño orgánico o moral: el que define la semántica y el que encarga la policía. Fulano es una lacra —decimos— y ya queda descrita la última carta de la baraja.

También las lacras, como casi todo lo mal intencionado y lo peor proyectado que aflora desde la cabezota del poder, se han convertido en cuchillo para su propio pescuezo. Recuerdan la tan repetida historia de los hurones, que fueron traídos a los campos de Cuba para que exterminaran a las ratas y no sólo resultaron ser más dañinos que sus víctimas, sino que, en lugar de aniquilarlas, se repartieron fechorías con ellas, para escarmiento de sus manipuladores.

Por los días que corren vemos con alarma el incremento de los niveles de delitos con violencia y de conductas agresivas, principalmente entre los jóvenes y, claro, entre los más pobres, que son mayoría. No pocos, y no sin una buena dosis de razón, achacan la ¿novedad? al Armagedón de la miseria que nos azota ya ni se sabe desde cuándo. Pero pasan por alto, sin razón, las viejas bases (aún más viejas que la crisis económica) de agresividad, irrespeto y violencia sobre las que el régimen ha impuesto su poder totalitario.

Las lacras son apenas un simple prototipo de esas muchas variantes empleadas entre (contra) nosotros como mecanismos de contracandela, es decir, como incendios provocados con la intención de aislar y terminar apagando otros incendios presumiblemente más amenazadores. Aunque en la práctica (y es el caso) ocurra que la contracandela alimente, complique y multiplique el incendio.

El dueño y el perro bruto

Ahora tampoco son pocos los que aquí han recibido, aunque sea con un mínimo de optimismo, la reciente aprobación del Decreto-Ley 242, entre cuyos diez objetivos las autoridades dicen haberse planteado "propiciar la unidad de acción en la prevención del delito y las demás conductas antisociales, identificando las causas y condiciones que las generan y posibilitan".

Ojalá los hechos justifiquen la esperanza. Si así fuera, entre las causas del delito y las conductas antisociales, habría que identificar sin demora el viejo connubio de nuestro sistema de gobierno con ciertos nefastos mecanismos de contracandela.

Igualmente, si al final sirvieran para algo esas nuevas disposiciones, tendríamos que empezar a notarlo cuando veamos a las lacras (y por supuesto, a los integrantes de las siniestras Brigadas de Respuesta Rápida) en situación parecida a la de aquellos samuráis del Japón feudal, que al dejar de ser útiles para el poder, quedaron en la estacada, sin empleo, sin protección oficial, sin sustento y sin otro estímulo que el que podía ofrecerles el haraquiri.

La contracandela puede ser aconsejable en los campos de caña o en los bosques como remedio de urgencia para evitar males mayores. Pero en política, y aún más como estilo permanente de dominación, resulta inhumana, corruptora, aberrante, y suele provocar reacciones como la de los perros brutos y sin clase que se voltean para morder las manos de quienes los azuzan.

Por lo demás, mientras no reporte resultados radicales, será recomendable por lo menos mantenerse atentos, no sea que el susodicho Decreto-Ley 242 sirva más que otra cosa para ser estirado como un chicle a la hora en que a las autoridades les convenga reprimir a todo el que le estorbe, volviendo a halar para sí la sardina bajo el amparo legal de "transgresión de la convivencia".
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentr.../contracandela/(gnews)/1177300800

Nos vemos
Dirk

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