LLORAR A CASTRO

HAY UN HECHO que me preocupa. Durante casi seis meses, en el exilio hemos hablado hasta el cansancio de la enfermedad del gobernante cubano Fidel Castro. En la isla no ha ocurrido lo mismo. Mientras aquí hemos especulado y discutido, en Cuba los rumores, el silencio oficial y las declaraciones para salir del paso han dominado el panorama.
Espero que el régimen de La Habana dedique el tiempo suficiente a unos funerales de Estado. Anticipo que miles, en todas las ciudades y pueblos y campos y rincones, a lo largo de esa estrecha y desdichada isla llorarán cuando Castro muera. Lo veré como un sentimiento saludable, aunque no lo comparta. Será el fin de una época. Es un hecho que hay que asimilar. Durante décadas, la figura del jefe de Estado marcó el destino de demasiadas vidas para tratar de pasarla por alto.
Una cosa es que quienes viven en la isla se acostumbre cada vez más a su ausencia, otra es que desde hace muchos años el país hubiera marchado mejor sin él, una tercera son los errores y crímenes que cometió. Pero ninguno de estos aspectos nos libra de la carga emocional que representó durante tanto tiempo. Para algunos, Castro ocupa una vida. Hay que vivió y murió en Cuba sin conocer otro mandatario. Esa carga emocional no es difícil de asimilar.
Cuando Castro finalmente muera, los gritos y sollozos, las muestras de pena y alegría, los actos de homenaje y rechazo, podrán apenas canalizar el enorme significado del hecho para tantas vidas.
En Miami y La Habana hay planes de contingencia, operativos militares y de seguridad, medidas para la protección de las fronteras, dispositivos listos para entrar en funcionamiento con apenas una orden. Nada de ello podrá impedir el peligro que representa una tensión acumulada por tanto tiempo. Esto no quiere decir que necesariamente se produzcan estallidos de violencia, sino que no se trata de una muerte ajena para millones de cubanos.
Hace varios años, un amigo me dijo que cuando la muerte de Castro ocurriera su máximo anhelo era estar en un país desconocido, donde se hablara una lengua que él ignorara, que se escribiera en un alfabeto que le resultara indescifrable y donde las imágenes estuvieran prohibidas. En más de una ocasión he escrito sobre ese deseo imposible de llevar a la práctica. Con el tiempo también he llegado a la conclusión que se trata de una aspiración neurótica. La muerte de Fidel Castro nos esperara en cualquier esquina, si estamos vivos cuando ésta ocurra y lo mejor es enfrentarla a plena luz del día.

http://armengol.blogspot.com/2007/01/llorar-castro.html